Ideas… y acción!

Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía en 2001, de visita en España, se reúne en el parque del Retiro el 25 de julio con un grupo del movimiento de los indignados. Ante ellos, sostiene: “No se pueden cambiar las malas ideas por la ausencia de ideas, sino que hay que buscar buenas ideas”. Y añade: “para traerlas al debate público hace falta mucha organización y liderazgo”.

“No se pueden cambiar las malas ideas por la ausencia de ideas”. Esta obviedad, de sentido común, se eleva a categoría de genialidad cuando quien la enuncia es un talento reconocido internacionalmente. A veces hace falta que los sabios emitan mensajes de esta naturaleza aunque sea lo mismo que piensa el verdulero de mi calle y el fontanero que repara la cañería de mi casa. La ausencia de ideas no conduce a ninguna parte. La simulación de tenerlas sólo retrasa la misma conclusión.

El movimiento 15-M, después de haber proporcionado un aldabonazo a la conciencia del país, en particular de la izquierda. La izquierda, por tradición, se supone más receptiva ante los asuntos que los llamados “indignados” han puesto encima de la mesa. El movimiento 15-M tiene ante sí numerosos retos. Uno de ellos es convertir la protesta indignada en ideas, las peticiones en propuestas  que puedan ser debatidas fuera de sus círculos y asambleas.

Mucha organización y liderazgo. Sea convencional o de nuevo tipo. Son ya bastantes las voces que reclaman a los movilizados que se doten de organización y promuevan líderes que sirvan de interlocutores. Posiblemente, la recomendación bienintencionada sigue pensando en organizaciones tradicionales y en liderazgos al uso. Observo el parlamento español o el que tengo más próximo, el valenciano, y no sé si el modelo es aconsejable o si también el mensaje aprovecharía a los partidos del establishment.

Nuevos movimientos tienen el derecho a establecer sus reglas y sus formas de representación. Ha sido siempre así. El dilema no es tanto ese, aunque ayudaría saber si el movimiento es capaz de organizarse más allá de las redes donde intercambiar pareceres, hacer poesía política y promover convocatorias.

El dilema es si el movimiento aspira a constituirse en un grupo de presión en defensa del interés público, de los excluidos –la legión creciente- y de quienes no se consideran representados por el sistema para forzar a éste a iniciar un proceso de cambio, o decide entrar en el sistema promoviendo la creación de partido político de nuevo tipo, al estilo de lo que en los años ochenta supuso la emergencia de Die Grünen -Los Verdes- en Alemania y más tarde en otros países europeos. La segunda opción podría incluso converger con la operación, confusa hasta el momento, que impulsan la Fundación Equo y los partidos territoriales partícipes del llamado Espacio Plural. Demasiado batiburrillo, por el momento, demasiadas particularidades que atender y conciliar. El parto de Die Grünen, desde el agrupamiento de movimientos sociales contestatarios (pacifistas, ecologistas, nueva izquierda y defensores de los derechos civiles) a la fundación del partido en 1980 y el triunfo interno de los realos, llevó más de un lustro.

Por razones que los dirigentes de Izquierda Unida parecen los últimos en comprender, ésta opción no recoge los réditos del desencanto de quienes piden más política, política de otra forma, a la izquierda y basada en más democracia.

Un eventual triunfo electoral de la derecha dura que representa hoy el Partido Popular y la aplicación de la terapia de choque que encierra su programa semioculto puede alentar la acción en uno u otro sentido, después del amplio desengaño que para muchos, en particular para los indignados, ha supuesto el gobierno socialista de mayo de 2010 a esta parte.

En ambos casos, movimiento de presión o partido, el camino será largo y no exento de dificultades. ¿Llevará a alguna parte?

El partido descolocado en todo este temblor político y social que puede acabar en terremoto es el Partido Socialista. En los últimos quince meses se ha ido enajenando a su electorado y ha desconcertado a una parte de sus afiliados. Felipe González ha acertado ha expresarlo cuando decía que seguía siendo militante pero estaba dejando de ser simpatizante. Uno no sabe si el antiguo presidente del gobierno considera las medidas adoptadas demasiado lentas, carentes de directrices, ineficaces o insuficientes desde una perspectiva liberal o desde una verdadera profundización socialdemócrata. El jarrón chino, además de incomodar el paso a sus sucesores, lúcido en la denuncia de la desaparición del liderazgo europeo y del compromiso débil de Zapatero con las reformas, gusta de declaraciones crípticas.

La misma afirmación de González llevada al electorado no militante posee una carga de profundidad devastadora: si éste deja de simpatizar, si la desafección se extiende, las consecuencias para el tamaño del futuro grupo parlamentario socialista sólo puede ser sombrío, sombrío en extremo.

Harán bien los estrategas del PSOE en mirar a su alrededor, a Europa, y ver cómo partidos socialdemócratas un día sólidos y mayoritarios, con numerosos afiliados y de indudable influencia social, unos languidecieron mientras otros se han instalado en un porcentaje de voto en torno del 25-30%, supeditados a gobernar, en su caso en regiones, mediante acuerdos laboriosos y frágiles con otros socios, cada vez más exigentes al comprender la debilidad de la izquierda de referencia.

En política, al igual que reza la letra pequeña de ciertos productos financieros, rentabilidades pasadas no garantizan rentabilidades futuras. Hoy por hoy, el Partido Socialista tiene por descubrir su suelo electoral, que creía consolidado, mientras se alientan alternativas que desafían al sistema tal como está conformado y, en la medida que nacen a la izquierda, lo desafían a él. ¿Lo sabe?

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