¿Quién se comió al domador?

A finales de 2009 podíamos leer en un suplemento semanal las opiniones de Javier Marías acerca de la manía intervencionista del Estado en las vidas de los ciudadanos. Convengamos que escribir una página cada siete días cuando se tiene en la cabeza una nueva obra maestra de la literatura universal es un fastidio.

Marías la emprendía entonces contra la política de nuestro país, contra Zapatero y los segundos mandatos presidenciales, tan dados a pervertir la democracia: tan pronto Aznar metió a España en la guerra de Irak, afirmaba, como Zapatero ha decidido imponer una política de salud pública incluso al resistente club de los amantes del cáncer y de las enfermedades cardiovasculares. ¡Pues no ordenó suprimir el tabaco en todos los espacios públicos! Estos socialdemócratas, lo que quede de ellos, acordaban en su segundo mandato políticas atentatorios contra los derechos del individuo, el fin de la democracia, vamos. Algunos pensaron que era otra voz ganada, si no para el apocalíptico cardenal Rouco Varela, al menos para Esperanza Aguirre y su liberalismo a tiempo parcial.

Contra esto y aquello los escritores quedan mejor. Casi parecen intelectuales. Solo que en lugar de asumir causas complicadas, y por lo mismo, perdidas, en los tiempos que corren se inquietan por las opiniones ajenas, las políticas sanitarias y, si se tercia, el abuso de poder en Cuba y en el palacio de la Moncloa.

Pues resulta que el tiempo ha dado la razón a quienes pusieron en duda la cruzada gubernamental sobre nuestro bienestar. Más cornadas dan el hambre, el desempleo, la humillación de cobrar el reducido subsidio familiar, el desahucio de la vivienda, la sombra que planea sobre la conservación del puesto de trabajo después de la reforma laboral aprobada por el gobierno que posibilita expedientes de reducción de plantillas a las empresas saneadas que prevean entrar en pérdidas a corto plazo. En medio de la tormenta, los sucesivos recortes del Estado del bienestar han sido justificados por sus autores con el pretexto de salvarlo de sí mismo y de la amenaza terrible de una derecha que siempre lo ha considerado desmesurado, inviable conforme al estado de las cuentas públicas españolas, dicho por quienes suprimieron los tributos a los grandes patrimonios y el impuesto de sucesiones, redujeron la carga impositiva a sociedades y rentas medias, en definitiva, a quienes mermaron las fuentes de los ingresos públicos.

Como sentenciaba jocoso Thomas De Quincey, “si uno empieza por permitirse un asesinato, pronto no le da importancia a robar, del robo pasa a la bebida y a la inobservancia del día del Señor, y se acaba por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente. Una vez que empieza uno a deslizarse cuesta abajo ya no sabe dónde podrá detenerse”. En la Comunidad Valenciana se comienza por el asesinato del alcalde de Polop y se termina falsificando certificados fitosanitarios y cargándole la cuenta del sastre -y de paso los gastos electorales del partido- a las empresas adjudicatarias de obras y servicios. Algún límite, digo, habrá de considerarse en el descenso a ninguna parte.

Jorge Semprún resume en sus memorias (Federico Sánchez se despide de ustedes) la batalla que se libraba al final de los años ochenta en el seno del socialismo español entre la moderna socialdemocracia y el arcaico populismo izquierdista. Había que aceptar plenamente el capitalismo, despojándose de ideales y prejuicios ideológicos (gato blanco, gato negro, lo importante es que cace ratones), si es que se quería llegar a dominar ese capitalismo, someterlo a ciertas reglas que posibilitaran la redistribución.

Al final del ciclo expansivo, al termino del segundo ciclo de gobierno socialista en la España democrática, el mercado financiero, quintaesencia del capitalismo, se ha zampado al gato, al ratón… y a la moderna socialdemocracia, impregnada de un idealismo superior al de la socialdemocracia clásica: si una quiso modificar la naturaleza humana (¿recuerdan a Freud?), la otra pretendió domesticar la naturaleza indómita de los mercados. Dicho sea de paso, esa naturaleza poco tiene de autónoma en su proceder, pues a la vista está que ha sido auxiliada por políticos con una agenda muy definida: primero, a comienzos de los noventa, aprovecharon el final de la Guerra Fría para liquidar los consensos de la postguerra y las complejas regulaciones que salvaron al capitalismo de la Gran Depresión a la vez que sentaban las bases del Estado Providencia en sus diferentes grados y modelos; después, en 2008, en pleno estallido de la crisis financiera, anunciaron pomposamente la necesidad de refundar el capitalismo (dijo Sarkozy). Ilusos, los auditorios creyeron en un retorno a las soluciones reformadoras del pasado, la regulación inmediata de las operaciones especulativas, la humanización del mercado, el retorno de las generosas ayudas de salvamento a grandes empresas en forma de dividendos sociales y nuevos pactos.

Contra aquello y contra esto, nuestros intelectuales permanecen prácticamente mudos. En el mejor de los casos, manifiestan su simpatía por el Movimiento 15-M, los jóvenes y excluidos, convertidos, de pronto, en conciencia moral y revulsivo ante tanto desmán y tanto conformismo. ¿Será una mera reacción de malestar ante la neurosis ocasionada por viejos idealismos caducos y, quizá con más razón, de neurosis alimentadas por la machacona afirmación sobre el final de los ideales sacrificados al más discreto de los mundos posibles?

Esta entrada fue publicada en País de residencia y etiquetada , , , , . Guarda el enlace permanente.