Rebelión en la granja

De repente, el juego más salvaje se apodera del lenguaje político en la Unión Europea a propósito del rescate de una bancarrota segura de tres Estados (Portugal, Irlanda y Grecia) y la amenaza que se cierne sobre el restante integrante del cuarteto pigs, España, al que a última hora se ha unido entusiasta la Italia de Berlusconi y el bunga-bunga.

Si hubo en los años ochenta y noventa se habló de tigres asiáticos para calificar el despertar económico del área Asia-Pacífico, en la primera década del siglo XXI se acuñó el acrónimo bric, que suena a algo así como rotura, para reunir a las potencias emergentes (rompedores, desafiantes), y al llegar la recesión comenzó a hablarse del grupo de países pigs, cerdos, la débil eurozona. El ingenio de los comentaristas económicos es inagotable.

La receta de lo que queda de la Unión Europea se parece demasiado a la aplicada en los años 1980 en Latinoamérica por recomendación del FMI: recorte del gasto público, equilibrio fiscal –con lo que eso significa en países de baja presión tributaria-, privatización del sector público, desde la banca, el transporte, la generación de energía y la telefonía y a los servicios de abastecimiento. Ayuda financiera y renegociación de la deuda a cambio de una transformación del modelo económico y de las prestaciones del Estado, con plena garantía a la inversión externa y al pago de los créditos internacionales. El resultado es bien conocido: la liquidación del sector público a precio de ganga a cambio de servicios más caros y por lo general no más eficientes, una banca o unas telefonías –en muchos casos- en manos extranjeras con niveles de ganancias que compensan sus resultados en Europa y los Estados Unidos, un descenso brutal en el nivel asistencial de la población, el retorno de niveles de pobreza y de enfermedades superadas medio siglo atrás, un descenso general del nivel educativo básico, la fuga del capital humano más joven y mejor capacitado.

Sobre la génesis histórica de la deuda externa latinoamericana escribió un espléndido libro Carlos Marichal. Los resultados de las políticas impuestas por el FMI están a la vista. El descenso a los infiernos consumió en América Latina más de tres lustros. Ahora varios de esos países forman parte de las economías emergentes, con altos niveles de crecimiento (menos México), con centros urbanos más modernos (y peligrosos), con una nueva hornada de nuevos ricos muy parecidos a los anteriores pero más hechos a ganar en medio de las contrariedades ajenas. Lo que no ha cambiado ha sido la desigualdad, profundizada en las tres últimas décadas, los niveles de pobreza extrema (corregidos únicamente en el Brasil de Lula), los porcentajes de escolarización, el grado medio de los estudios superiores. Pasen y vean, público europeo, pigs y asociados, lo que les aguarda, entre otras causas, por los desmanes de quienes no responderán ante la historia ni ante los tribunales de justicia; por evitar ahora una quiebra que puede resultar fatal para las generaciones presentes pero también para los sistemas financieros y las economías de los Estados acreedores.

Aunque sólo fuera como un ejercicio intelectual, alguien podría pensar que mejor una bancarrota a tiempo que un suicidio colectivo después de años de decadencia forzada. Tal vez ha llegado la hora de reeditar la rebelión en la granja, en lugar de secundar, dóciles, los llamamientos a la responsabilidad mientras los asesores de Angela Merkel recomiendan que las ayudas de la Unión Europea a los países en dificultades sean avaladas con las reservas de oro y los activos industriales de los destinatarios. ¿Y por qué no, con reservas de minerales y de materias primas? En 1873, la República española, sin crédito internacional, sin tiempo para modificar el sistema tributario, vendió al mejor postor las minas de Río Tinto, el mayor yacimiento europeo de cobre, que pasó a manos británicas.

Podría pensarse igualmente en el patrimonio artístico nacional. ¿Será garantía suficiente lo que queda en Atenas del Partenón, o es mejor ceder la soberanía de las islas del Egeo, como jocosamente solicitó algún periódico alemán al inicio de la crisis? ¿Y si Portugal cediera las Azores al trust de Estados acreedores? La perspectiva podría resolver el tan manido asunto de la conversión de Mallorca en un nuevo länder. ¿Sería razonable canjear la isla, con su deuda autonómica a cuestas y los casos judiciales de corrupción con ella, por la condonación del coste de un presunto rescate del amigo alemán a España?

Vaya. Al final, la reinvención del capitalismo… ¡era esto!

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