Lo que es del césar y de la historia

(Publicado en EL PAÍS, Comunidad Valenciana, 2001)

Se cerraba el curso parlamentario y el joven diputado de la mayoría ministerial antes de regresar a su circunscripción necesitaba hacer algo, “fuese lo que fuese”, que lo identificara como defensor de los intereses locales. Y en una sesión de las Cortes en la que apenas se hallaban el presidente, los maceros y algún periodista dormitando, se levantó del escaño para solicitar al gobierno “más actividad…” Después, regresaría a su distrito “con la aureola de diputado práctico”. Así comienza Blasco Ibáñez la novela Entre naranjos, escrita hace exactamente cien años, efemérides que se dispone a conmemorar la ciudad de Alzira que sirve de trasfondo a una memorable obra sobre las pasiones incontenidas, la fuerza de los convencionalismos y el caciquismo.

Al inicio del pasado verano el diputado por Castellón, ex conseller de Educación y Cultura y ex secretario de Estado de Cooperación Internacional, Fernando Villalonga, realizaba unas declaraciones en las que disentía del informe de la Academia sobre la enseñanza de la historia de España. Cuando algunos le hacían abandonando las aguas de la política por la presidencia de una fundación, Villalonga se hacía notar como diputado práctico arremetiendo contra los criterios de la Academia, que calificaba de “rancios”, ajenos a la realidad plural de España e indiferentes a las “sensibilidades periféricas”.  Con apenas un gesto, el novel diputado presentaba sus credenciales a la vida pública valenciana y se congraciaba con sectores progresistas que celebraban la audacia. El eminente bioquímico Santiago Grisolía no dudó en dirigir una carta de adhesión al parlamentario del Partido Popular por su defensa de la pluralidad histórica y días después lograba que el Consejo Valenciano de Cultura, que con tanto celo preside, secundara la iniciativa.

Quienes nos dedicamos al estudio de la historia y los ciudadanos en general debemos felicitarnos por esta impetuosa reivindicación de la memoria periférica y del rescate de las peculiaridades que fueron vencidas una vez en el infausto 1707 para ser olvidadas más tarde. Si el punto de vista de nuestro parlamentario resulta compartido por sus compañeros y el espíritu del cónclave de San Millán de la Cogolla queda en una mera excursión por la ruta del rioja, quizá nos halláramos ante una nueva evidencia de la superación de los prejuicios que separan derecha e izquierda en España, entre ellos, la capacidad de mirar el pasado a los ojos sin desviar ni acerar la mirada.

El debate de la enseñanza de la historia tal y como ha sido planteado por la Academia y legión de sus detractores se reduce a discutir el mayor o menor españolismo de la materia, la extensión y el enfoque de los contenidos propios de cada autonomía, el riesgo de desintegrar la conciencia de pertenencia a un pasado común o de sepultar en éste lo que durante siglos fue una experiencia diferenciada. En suma, el asunto de la historia que debiera enseñarse se limita a la función nacionalizadora asignada a la historia para uso y consumo de los nacionalismos exclusivos o, en su defecto, de una identidad dual, española y específica de cada territorio. Ahora bien, ¿estamos ante la única instrumentalización del pasado que debe ser evitada? ¿es la identitaria la única memoria que merece ser legada y la única pluralidad que ha de ser restituida? ¿es acaso ésta la que más daña la sensibilidad periférica hasta el punto de relegar a un segundo plano la conciencia ciudadana?

La circunscripción por la que es diputado el señor Villalonga nos ofrece huellas de un tiempo que negaba la pluralidad de los pueblos y de las gentes, extrañamente prorrogadas por decisiones de quienes inscribiéndose en el marco constitucional desconocen o no comprenden el significado de lo que fue el régimen de Franco y su radical antagonismo con el presente. Quien se desplace por la carretera nacional 340 dejará a la izquierda en el linde entre las provincias de Valencia y Castellón el monolito que se eleva varios metros en ese punto, con el yugo y las flechas que fueran el símbolo del partido único de neta inspiración fascista. Siguiendo en dirección a Barcelona, en la turística población de Peñíscola, el viajero podrá notar que el callejero conserva la toponimia de la dictadura, con su calle dedicada al fundador de la Falange. Sin dejar la ruta, en Vinaroz, las autoridades municipales del PP vienen desplegando una encomiable tarea de recuperación del archivo local pero se las ven y se las desean para rescatar la documentación de la postguerra que desapareció con el cese en 1979 del último consistorio del franquismo; los entonces cesantes afirman ignorar la suerte seguida por los papeles… pero reconocen en privado que resultaban comprometedores para la convivencia del vecindario.

En otras provincias existen casos similares, es posible que en mayor número, pero su proximidad y el ánimo revelado por el diputado Villalonga son sendas invitaciones a que se aplique en la erradicación de unas anomalías que dañan, sí, la sensibilidad cívica periférica hasta el punto de asemejar estas comarcas a un parque temático en el que se recrea el jurásico político.

Y puestos en tarea, merece la pena detenerse en la ciudad de Castellón. Hace escasos años hubo de derribarse un colegio público y construirse en su lugar otro de nueva planta. La mayoría del PP que rige el consistorio aprobó mantener el nombre del anterior centro, Ramón Serrano Suñer, en recuerdo a la vinculación del cuñadísimo con el municipio.

En un caso como éste, ¿debe favorecerse la erradicación de los signos pretéritos o aprovecharlos para ilustrar a las generaciones más jóvenes? La trayectoria del personaje en cuestión, fijada en un texto junto al rótulo del colegio para información de escolares y padres pudiera ser el que sigue: «Artífice de la organización del Estado Nacional y presidente de la Junta política de la Falange entre 1937 y 1942. Ministro de la Gobernación, fue responsable jerárquico de la represión extramilitar sobre los vencidos, la consumada por los falangistas y la practicada por las fuerzas de orden público, la magnitud de la cual llevó el desconcierto al mismo Heinrich Himmler, Reichsfürer de las SS, durante la visita que realizó a Madrid en octubre de 1940 atendiendo a su invitación. Era entonces, además, Ministro de Asuntos Exteriores, admirador del Tercer Reich y encendido partidario de la Italia de Mussolini; jefe de la diplomacia española, le fue indiferente la suerte de los miles de españoles internados en los campos de concentración nazis. Mientras controlaba Gobernación y Exteriores, la embajada española en París instó a la Gestapo a capturar y entregar al president Lluís Companys y al socialista Julián Zugazagoitia, que serían fusilados más tarde.

¿Quién puede dudar del respaldo del diputado por Castellón y del Consejo Valenciano de Cultura, o de quienes en el PP no han emprendido el viaje al centro pero están inequívocamente del lado de la democracia, a esta otra reparación histórica, más acá de 1238 o de 1707, en la enseñanza y en los espacios públicos donde se perpetúa la memoria de una época cercana a los ciudadanos de hoy en el tiempo y en sus consecuencias?

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