Javier Paniagua publica el 9 de mayo de 2011 en la edición valenciana del diario El Mundo, en su columna habitual (Confidencias), el artículo Historiadores y periodistas. Es una acotación a las consideraciones contenidas en el artículo de Jesús Civera y una defensa de la competencia del historiador para interpretar el presente, además de imcluir un recordatorio sobre las equívocas creencias sobre objetividad, política y transcurso del tiempo.
Dice lo siguiente:
“Uno con los años discrimina y elige qué columnistas leer a lo largo de la semana en la prensa española y extranjera. Entre ellos, aquí en la CV, siempre me parece sugerente Civera. Tiene un estilo que ha ido puliendo con el tiempo y se nota un periodista leído, y no sólo de solapas. Sin embargo, algunas veces sus razonamientos me remiten a moldes anticuados. Así, en su análisis sobre el libro de Piqueras et allí sobre el secuestro de la democracia y las formas que adopta la corrupción defiende un corporativismo trasnochado: una cosa es ser periodista y otra historiador. Este tendría que dejar un tiempo -¿cuánto?- para valorar el presente y poder distanciarse de la cotidianidad del cronista diario al que utilizará posteriormente en las hemerotecas para articular la interpretación de una época. Es decir, piensa lo mismo que Mommsen, el positivista alemán del siglo XIX, que le dio a la Historia su categoría profesional y que creía que sólo después de que los hechos del presente se hayan asentado pueden ser analizados con objetividad. Lo demás es entrar en el espacio reservado al periodista que tiene la franquicia de relatar la realidad circundante. No existiría, por tanto, la Historia del tiempo presente para los profesionales del pasado, o no se sabe bien cuantos años han de transcurrir para tener esa perspectiva que nos permita alejarnos de las pasiones del momento para que el historiador no se trastoque en periodista. Siguiendo este discurso ningún periodista debería tampoco de trastocarse en novelista y aquellos que lo fueron como Truman Capote, Hemingway o Norman Mailer debieron limitarse a transcribir lo que transcurre delante de su ojos. Sus obras de ficción estarían fuera de lugar dentro de la distribución de competencias profesionales.
”Todo historiador, por tanto, como Hobsbawm o Judt, que interpretan el presente hacen en el fondo análisis políticos, mientras que los que estudian el feudalismo, las guerras púnicas o Napoleón III estarían haciendo historia verdadera y no política. De tal guisa que aquellos que interpretaron el reinado de Fernando VII como una monarquía absolutista necesaria, que fue virando gracias a ministros como López Ballesteros o Calomarde hacia un liberalismo moderado que llegaría con la majestuosa reina Isabel II, estaban haciendo ciencia y no defendiendo el franquismo como una etapa histórica necesaria para alcanzar al final la democracia. Gregorio Moran que hace una interpretación de Ortega o de Suarez, por cierto obviadas en la prensa diaria, traicionaría a la profesión de periodista y sus obras no serían análisis históricos, sino crónicas políticas de la actualidad. Entramos así en los compartimentos cerrados. Cada uno que se dedique a lo que señala su título profesional y fuera de vasos comunicantes en las ciencias sociales no vaya a ser que aumente la competencia.”
Fin de la cita.