Algo va mal, también aquí

La corrupción, en política, no resta sufragios a quien la práctica. Ni otorga beneficios a quien la denuncia. Nada que no se supiera. Al menos, lo primero con la derecha, lo segundo con la izquierda. Lo confirman los resultados del 22 de mayo en la Comunidad Valenciana, Madrid, Baleares y otros ámbitos de la geografía nacional investigada por la policía y la Justicia. Mala noticia para la salud democrática de una sociedad. Los estudios de opinión llevan hace años registrándolo, dos, en nuestro caso, desde que se destapó el caso Gürtel, la trama de financiación ilegal del Partido Popular por empresas beneficiarias de contratas públicas que utilizaban una red de empresas de servicios como pantalla. La sociedad que convive con la corrupción política prefiere creer que ésta responde a un estado natural, que es consustancial al hecho político y no guarda relación con sus condiciones de vida: de un lado está la cosa pública, de otro lo que realmente importa, la esfera privada, que sin embargo, cuando las cosas van mal es menos privada, exclusiva de uno, y se traslada la responsabilidad al gobernante.

¿Cómo será que Francisco Camps y su aparato de agip-prop tenga hipnotizados a los ciudadanos de la Comunidad Valenciana hasta el punto de crean sus palabras, olviden las imputaciones judiciales que se ciernen sobre el personaje y consideren que es el máximo defensor de sus intereses, y que es el gobierno central quien ha de responder de toda la gestión, en particular, de lo que va mal? El 48,53% de los votantes le han dado la razón. “Todos somos valencianos, ¡qué le vamos a hacer!, resignación hermano: hay crímenes peores…”, escribió Max Aub en la dedicatoria de sus Crímenes ejemplares a su paisano, el historiador de la literatura Ignacio Soldevila. El sarcasmo convertido en arma de legítima defensa, menos frente a los demás que ante la realidad que nos rodea, gris, vacua, indiferente.

Los medios de comunicación, los periodistas y los opinadores no han tardado en dividirse entre quienes miran a Madrid (“Zapatero, culpable”: los recortes sociales ante la crisis y la falta de respuestas ha retraído a los votantes progresistas), y los que reclaman a los socialistas valencianos, los grandes derrotados del 22-M, una mayor dosis de autocrítica. Sólo parece existir un crimen peor que el de ser valenciano: ser socialista valenciano… Resignación hermano. Pareciera que insistir en las marrullerías del partido en el poder hiciera de uno un mal perdedor. O que el veredicto de las urnas convierta en menos ciertos los abusos, las denuncias y la desigualdad con la que se compite ante el electorado. Al final, el desfondamiento socialista, el hundimiento sin paliativos del suelo electoral, ha tenido sus beneficiarios, otros grupos de izquierda y de la semi-izquierda vernácula.

Un lectura de este tipo ofrece ventajas para casi todos: traslada la responsabilidad de la debacle a Madrid –si la estrategia da réditos a Camps, por qué no la iba a dar a la oposición, pero en ese caso, ¿para qué una autonomía en la que ningún agente es autónomo y además no desea serlo?-. La explicación es sencilla y fácil de asumir por el público al que se dirige, pues también el PSOE ha retrocedido en otros lugares de España: todos en el mismo paquete. En la práctica, permite rectificar –sin reconocerlo- la estrategia de denuncia sobre la que ha descansado la campaña electoral (Dignidad), una vez se ha demostrado totalmente errónea puesto que el público no la ha comprendido. Mirar hacia fuera, además, permite tender puentes hacia la nueva situación: dejar que la Justicia actúe y centrarse en los asuntos ordinarios en el inicio de la nueva legislatura (añadido: los jóvenes han dado la espalda al partido del republicanismo cívico que tanto ha hecho por ampliar los derechos civiles… y tan poco para propiciar un horizonte laboral a los demandantes de primer empleo y desempleados cuando llegó al crisis).

Tal vez una lectura de este tipo, jaleada en los medios de comunicación, con la excepción de Josep Torrent y Joaquín Ferrándis, en El País, ofrezca posibilidades veladas a la mirada del mero observador. Indirectamente, supone aceptar el papel subordinado, subsidiario, de la oposición. Al menos por un tiempo.Habrá que volver sobre las tesis del partido que además de dominante, resulta dirigente, condiciona la reacción y la línea del oponente. Ya no es que el PP/Camps elabore la agenda política, como hasta ahora, sino que lo haga sin la resistencia pasada, mientras se prepara la ocasión de que admita sugerencias (estación intermedia de la impotencia: acomodarse en el talante negociador y dialogante de otras épocas, en Valencia y en Madrid a la espera de tiempos mejores). Cautivo y desarmado el ejército rojo, las tropas nacionales han alcanzado sus últimos objetivos; la guerra ha terminado, uno de los contendientes ha ganado. Resignación, hay crímenes peores… pero están tipificados en el código penal.

¿Será que el hipnotismo ha derramado sus efectos sobre nuestros analistas más preclaros y los ha sustraído de considerar las condiciones en las que se han desarrollado los recientes comicios? Habrá que preguntarse por qué la media electoral del PP nacional ha sido del 37,5%; es la misma que hace cuatro años, pese a que el desplome socialista crea el efecto de un avance arrollador. En la Comunidad Valenciana el PP se sitúa once puntos por encima de esa media. El mérito es indiscutible. Más aún con la dirección del partido y la cúpula del gobierno autónomo acusada ante la Justicia de siete delitos: prevaricación, tráfico de influencias, cohecho, financiación ilegal, delito fiscal, falsedad en documento mercantil y blanqueo de capitales. Después de dieciséis años gobernando y una considerable campaña de desgaste en su contra debido a tanto escándalo, apenas retrocede tres puntos porcentuales y mejora en un diputado el resultado de la anterior legislatura.

Volveré a leer El secuestro de la democracia. Corrupción y dominación política en la España actual como si me fuera totalmente ajeno, por si puedo comprender mejor lo que ha sucedido, lo que sucede y lo que, según creo recordar que se sostiene en sus páginas, seguirá sucediendo. Porque lejos de ser un libro de intervención en campaña electoral, parte de una “guerra sucia”, como ha sido denunciada en declaraciones, artículos y blogs de campaña del PP, los mismos que han ocultado que uno de cada ocho diputados populares electos en la CV está inmerso en causas judiciales por corrupción, el libro disecciona un panorama nada complaciente, nada optimista, y presagia –si no hay reacción, y no la hay en la sociedad civil por el momento- un futuro más complicado para todos.

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