La fabricación del voto cautivo

(Publicado en EL PAÍS, Comunidad Valenciana, 19 de mayo de 2011)

Favores por adhesiones, protección a cambio de sumisión. La transacción es antigua y se reviste de intercambio con apariencia de reciprocidad: doy para que des. En política, el intercambio clientelar es desigual, por más que una de las partes pueda pensar que sale beneficiada por aquello de que sólo entrega el voto y concede a éste un valor escaso, según apunta el antropólogo James Scott. El recaudador capta voluntades en forma de sufragios y asigna recursos públicos de forma discrecional, promete hacerlo, mientras los adversarios y los indiferentes quedan a la intemperie, son excluidos. El patrón se ofrece como el nexo con la administración, facilita la existencia cotidiana y dispensa ayudas: desde pequeños trámites y recomendaciones, a empleos interinos en la función pública o en las empresas adjudicatarias de servicios locales y provinciales; cuando se busca la fidelización corporativa, las ayudas llegan en la modalidad de subvenciones y de inversiones. El límite legal es impreciso. El clientelismo sobre organizaciones de la sociedad civil y empresas incrementa la dimensión de la protección mutua, siempre acordada a espaldas del interés general, pues en la facultad discriminatoria reside la influencia de quien la practica. El resultado supone un vaciamiento de la noción de ciudadano, desigualdad y encarecimiento en la prestación de los servicios, lastrados por el plus que reciben las clientelas. La desafección hacia la política está servida, en particular entre los jóvenes.

La ampliación de los nexos a las empresas –clientelismo económico- nos conduce a la cuestión de la corrupción, útil tantas veces para sostener el juego de la influencia: el ejercicio de una autoridad que se separa de la concedida por las urnas y ha de someterse al control público; proporciona al que la ejerce una continuidad en el poder, más poder, incluso la capacidad de condicionar la estrategia de la oposición, condenada a la impotencia. La actual Comunidad Valenciana es un ejemplo perfecto. El precio que ha pagado se refleja en el estado de sus cuentas públicas, en los desequilibrios detectados en la prestación de servicios, en su anémica sociedad civil. Entre tanto, se deprecia su régimen democrático, pues como afirma Gellner, el clientelismo tiende a crear “un sistema, un estilo, un clima moral” que promueve desigualdad de poder y un determinado clima moral, o la ausencia del mismo. Todos perdemos como sociedad. Algunos, pocos, ganan.

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