“Cierto es: estamos dotados de un imperfecto poder para propagar nuestro júbilo en ocasiones más allá de los límites impuestos por la naturaleza. Sin embargo, está establecido que, por ignorancia de los idiomas, la carencia de relaciones y las dependencias, y por las diferencias en la educación, las costumbres y los hábitos, nos hallamos con tantos impedimentos a la hora de comunicar nuestras sensaciones fuera de nuestra órbita, que a menudo todo acaba en total imposibilidad”.
La cita pertenece a Laurence Sterne y a su libro Viaje sentimental, un texto casi póstumo, de 1768, delicioso, se decía en su época para calificar este tipo de lectura, que acaba de publicarse en español.
Donde el autor, de natural optimista cuando carecía de motivos para serlo, entregado a mediados del siglo XVVIII a hallar argumentos para celebrar la vida desde el distanciamiento irónico alumbrado por la lucidez del conocimiento humano, donde el autor dice júbilo, podría haber dicho propagar nuestras divagaciones y nuestras incertidumbres, las sospechas y las que tenemos por certezas, las opiniones, en suma, que nos hacen lo que somos y dibujan nuestra diferencia.
Propagar, comunicar nuestras sensaciones, a la vuelta de dos siglos y medio, ha dejado de ser una imposibilidad total, al margen de los límites que sigue oponiendo la naturaleza, la barrera idiomática, los hábitos y la escala educativa. Esto último sigue reproduciendo segregaciones que no advertimos siquiera entre los usuarios de una misma lengua: la utilizamos para armar oraciones, pegamos palabras para expresar conceptos y, al final, los públicos, y hasta quienes tenemos por medianamente ilustrados, habituados a un lenguaje que llamamos ordinario, de la calle, cuando muchas veces ha sido recibido de los medios de comunicación social que subestiman la inteligencia de lo que llaman “gran público” donde solo ven mercado, los públicos, decía, prefieren mensajes simplificados, con los efectos en cadena que eso supone, pues los medios escritos se simplifican, asimismo, recortan las secciones de opinión, reducen su extensión y en consecuencia la capacidad de argumentar o de sugerir, éstas se convierten en capsulas de rápido consumo y de digestión todavía más fácil, se contagian del lenguaje y del formato twiter.
Con más motivo, la búsqueda de la máxima eficacia, el discurso político sigue la misma orientación y los mensajes se transmutan en una constante construcción de titulares, oraciones breves, directas, de impacto, que consigan conectar con un determinado estado de opinión que a la vez se alimenta de mensajes similares. Tal vez asistamos al regreso del género epigráfico, sólo que vulgarizado, más como mensajes publicitarios que apelan a las necesidades y a las emociones que como ideas o pensamientos, porque la reflexión, puede deducirse, parece estarle vedada al destinatario, del que se dice falto de tiempo pero al que se imagina idiotizado.
Fuera de la órbita de cada cual, nuestras sensaciones a menudo acaban en una total imposibilidad. Nos queda el ensayo (para nuestra órbita y otras similares) y nos queda el blog. Sterne nos proponía viajar en pos de nuevos sentimientos que descubrir y ser transmitidos. Habremos de conformarnos con navegar por el ciberespacio. Más sencillo, menos intenso -y con seguridad, menos interesante para muchos-, pero una buena forma de compartir ideas y pareceres.