La verdad política, en numerosas ocasiones, resulta incomprensible o inconveniente a la gente corriente, tomada en un estado de infancia permanente, incapaz de discernir la complejidad de los asuntos públicos y las consecuencias últimas de grandes principios dotados de valor universal y de sentido ético, pero totalmente improcedentes muchas veces en el gobierno efectivo de las sociedades, que en otro caso quedarían desamparadas ante sus adversarios o se caminarían irremisibles hacia la autodestrucción. La mentira piadosa, la mentira conveniente, por el contrario, puede estar al servicio de causas nobles.
Las tesis de Leo Strauss que acabamos de resumir llegaron para quedarse entre nosotros. En síntesis, el pensador se despacha con una mezcla de cinismo que pretende pasar por sabio y de desprecio por la mayor conquista de los doscientos últimos años: los derechos que cimientan la ciudadanía, la autoridad soberana de la gente corriente, aquella que los clásicos llamaron el pueblo, los usos democráticos.
La obra de Strauss, un pensador fallecido en 1973, causó furor en los círculos republicanos de los Estados Unidos que acabaron refundando la tradición conservadora y dieron lugar al movimiento neocon. Los think tank neocon tuvieron su momento de oro con George W. Bush. ¿Quién no recuerda las armas de destrucción masiva que justificaron la invasión y la destrucción de Irak? ¿O el Eje del Mal y tantos otros enemigos ficticios que alentaron la política de rearme para satisfacción del complejo militar-industrial (la expresión pertenece a alguien tan poco sospechoso de izquierdista como el presidente Eisenhower)? O, por situarnos en la versión española del fenómeno, ¿quién no recuerda la participación de José María Aznar en la cumbre de las Azores y las cuarenta y ocho horas de infamia gubernamental que siguieron al atentado del terrorismo islamista de Madrid, el 11 de marzo de 2004, cuando la mentira “piadosa” se empecinó en atribuir la masacre a ETA, buscando réditos en las inminentes elecciones?
Medios bastardos y pretensiones políticas se abrazan en la estrategia de los autores del argumentario que cada mañana elaboran los cabeza-pensantes del Partido Popular y que se encargan de repetir uno tras otro sus voceros Esteban González Pons, María Dolores de Cospedal, Javier Arenas, Ana Mato y, si no anda muy fatigado, el mismo Mariano Rajoy.
Ante la actualidad valenciana han alcanzado el grado óptimo de manipulación. En buena medida, se comprende. Arenas era vicepresidente del gobierno que en 2004 se empecinó en mentir a la ciudadanía. González Pons fue consejero de Camps y artífice de las adjudicaciones de las concesiones de televisión digital terrestre, siempre a los amigos políticos que crearon una trama de comunicación afín, algunos tan inconvenientes como para aparecer después en causas judiciales por los delitos más variopintos. Mato fue una de las beneficiadas por la generosidad de Correa, el capo que da nombre a la trama Gürtel, que sufragó un viaje de placer a su familia. Cospedal, secretaria general del PP, todavía no ha ofrecido una explicación del procesamiento del tesorero nacional de su partido y, se entiende, estrecho colaborador suyo, Luis Bárcenas, imputado en la causa Gürtel por delito de financiación ilegal.
Unidos en sociedad, Federico Trillo y el actual presidente de las Cortes valencianas, Juan Cotino, ambos socios también del Opus Dei (fracción político-militar), han asesorado a Paco Camps desde que en febrero de 2009 se destapó el caso de corrupción política más importante de la España democrática, que tiene su epicentro en la Comunidad Valenciana. Pretendieron convertir una secuencia continuada de abusos, fraudes y falsedades en un trance desafortunado, la inverosímil adquisición de unas prendas de vestuario obsequiadas por una organización mafiosa con la finalidad de ganarse la voluntad de quienes adjudicaban contratas, según los indicios considerados por el juez que lleva el caso.
La verdad depende del color con el que se mire, parecen decirnos. O en términos posmodernos: siempre podemos encontrar dos o más lecturas de la realidad, en palabras del malversador, como si los hechos fueran de una flexibilidad tal que se doblaran y se enderezaran, se produjeran al gusto e interés del observador, ajenos a cualquier consistencia. Explícaselo usted al juez.
En su ilusión, la ilusión del delincuente, del mirón o de la víctima, las cosas sucedieron como las sintió o las percibió. Es sin duda una realidad, la suya, pero no necesariamente la verdad.
Fueron más de tres trajes, una veintena larga de prendas. Vieron indicio de delito cinco magistrados del Tribunal Supremo, que ordenaron reabrir la causa. Y así hasta llegar al tragicómico episodio del procesamiento por cohecho, la autoinculpación de dos de los imputados y la declaración de inocencia de otros dos por los mismos hechos, que precedieron a la dimisión del Molt Honorable President. Así también hasta la apertura por el Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana de una causa por prevaricación, delito electoral, fraude y otras lindezas que implican a la cúpula regional del PP y a parte del anterior gobierno, el presidido por Camps.
Cotino, entre tanto, sigue a lo suyo: son víctimas, dice, de una cacería organizada por el Ministerio del Interior y la policía nacional, policía de la que un día fue ¡Director General!
Cotino eleva sus plegarias mientras sigue a pie juntillas las tesis de Leo Strauss, que jamás habrá leído, y alienta la noble mentira. Entre tanto, sigue sin facilitar a la opinión los contratos que durante más de una década ha realizado la Administración con la empresa de su familia, Sedesa, mencionada en la causa Gürtel por pagos ilegales destinados a la financiación del PP. Sea todo por una buena causa.