
¿En qué momento se había jodido el País Valenciano? En las horas muertas de la redacción, ante en las mesas de los cafés impersonales que ahora se extienden por la ciudad, el periodista podía volver una y otra vez, sin cansarse, sobre la misma pregunta, sin pretensión de originalidad, verdad ¿Zavalita? Es una pregunta retórica, a diferencia de cuándo se la hace el protagonista de Conversación en La Catedral, en el inicio de la novela de Vargas Llosa: ¿En qué momento se había jodido el Perú?. De sobra sabía el periodista, el nuestro, cuándo había sucedido (y no había sido una vez, sino varias: la primera, la derrota en la batalla de Valencia (1977-1982), que rinde las señas de identidad enarboladas por el antifranquismo valencianista y por un sector de la izquierda); más adelante vendría 1995, cuando los socialistas pierden el gobierno autonómico después de doce años de regentarlo.
El periodista cree saber las causas de la inminente y previsible nueva derrota electoral en mayo de 2011: el líder de la oposición “es víctima de la crisis económica. Mejor: del malestar ciudadano con sus siglas de Madrid”. Como en 1995. Es algo que no admite discusión: “Se ha dicho por activa y por pasiva”. Y puesto que se ha dicho tanto, sienta verdad. ¿A qué vienen unos profesores universitarios con sus tesis, sus antítesis y toda su parafernalia teórica, sus recortes de hemeroteca y sus cuadros estadísticos? Vuelven sobre explicaciones sociológicas, algo así como una introspección en un cambio de la sociedad valenciana que no ha sabido recoger la izquierda. Si se ha dicho por activa y por pasiva… Es posible, Zavalita, que el libro comentado sea uno distinto, de hace años, o que el columnista haya deducido precipitadamente sus conclusiones de la contracubierta del libro y de la alusión en ella a una “anomalía valenciana”, porque el planteamiento de los cuatro autores de éste, es otro.
Se sabe también: “…el PP arrasa. La gestión del Consell es deficiente: sólo unos pocos valencianos la admiran. Pero el PP alcanza el cielo electoral. Camps suspende según dictaminan los ciudadanos. Pero el PP revalida la mayoría absoluta y gana seis diputados más. ¿Qué pasa con el PP? Respuesta fácil: el PP tiene secuestrada a la opinión pública”. Son los comentarios de nuestro periodista, Jesús Civera, en Levante-El Mercantil Valenciano, de 6 de mayo de 2011, a propósito del libro El secuestro de la democracia. Él cree saber que las causas del éxito arrollador del PP “nada tienen que ver con el voto ni con la hegemonía, por desgracia. Los ríos subterráneos corren por superficies más profundas”. La crisis económica, Madrid. También apunta un liderazgo blando. En cambio, el historiador Piqueras –yo- yerra “al canalizar la corrupción con el asentamiento de la hegemonía política”. Y añade: “La corrupción no cuenta: el sondeo del CIS hecho público ayer otorga seis diputados más al PP. ¿Dónde está el castigo?”. El columnista confunde aquí la relevancia de la corrupción como instrumento de acopio de recursos excepcionales para la contienda electoral, la financiación de campañas sucias contra la oposición y la compensación de algunos agentes electorales especiales, que otorgan al PP una superioridad considerable, al menos a criterio de los jueces que investigan sendos delitos electorales, con la incidencia de su denuncia pública en la opinión pública y en las conductas electorales. Puesto que no hay sanción moral, no hay castigo en las urnas, no hay incidencia de la corrupción en la hegemonía política. Camps y sus asesores dan solo un paso más: si las urnas te absuelven, tampoco hay delito.
Segunda discrepancia: “Tampoco el régimen clientelar, que subvierte los principios democráticos y que sí sirve para afianzar liderazgos en los partidos, se convierte en un pivote electoral clave para decantar mayorías”. Debe ser algo sabido, tanto, que no precisa en este caso una explicación.
El problema de fondo, admite displicente el columnista, subdirector del
diario en el que he colaborado en diversas ocasiones, es de método, el problema es de especialidad: “Camus decía –añade Civera- que el periodista era el historiador de la actualidad. Piqueras le ha dado la vuelta: el historiador es hoy es el periodista. Ha abandonado las herramientas del oficio y ha empleado para esculpir su narración las que usa la prensa, que se rompen a diario: inquisitivas pero frágiles, la vecindad temporal las desnutre y debilita. Sin los utensilios principales, que son la distancia y las fuentes documentales ‘objetivas’, el historiador se transubstancia en un político. Lo fueron insignes historiadores, de prestigios unánimes. Creían que escribían historia; elaboraban política de forma descarada. Piqueras retrata el cuadro de la corrupción: las pinceladas son precisas y explosivas…” Pero ha errado al sacar la vista del pasado distante, al zambullirse en el presente con las noticias de prensa, frágiles y fugaces, revisables, y con ello pierde cualquier atisbo de imparcialidad para hacer política, como otros historiadores lo hicieron antes. Si lo sabrá Piqueras, cuando ha dedicado el libro sobre Cánovas y la derecha al tema y el inventario de los autores más recientes con tales aficiones tanta polvareda ha levantado!
La columna de Civera es impagable. No solo nos descubre las fuentes de autoridad sobre las explicaciones a los asuntos relativos a los comportamientos electorales (“Se ha dicho por activa y por pasiva”), sino que nos advierte del riesgo de hacer política cuando los científicos sociales nos adentramos en el presente, y nos recuerda una objeción sobre los tiempos del historiador, que hará las delicias de las posiciones mejor ancladas en el historicismo decimonónico. Javier Paniagua ha dedicado un artículo, publicado en El Mundo, a discutir este prejuicio. Pienso utilizar las dos columnas para ilustrar a los alumnos de Historia en los cursos próximos la opinión que merece el oficio del historiador y las herramientas que se le atribuyen.
post scriptum: Vaya con la prensa. The New York Times de 20 demayo de 2011, posiblemente desinformado, ha creído encontrar relación entre las malas prácticas de gobierno de Mr. Camps y sus posibilidades electorales. ¿Extenderemos la sospecha al NYT? ¿Hace periodismo, o política descarada?:
«On Sunday, Francisco Camps is expected to be re-elected as head of the regional government of Valencia, which includes the third-largest city in Spain and some of the most popular Spanish resorts.
By the end of the year, however, Mr. Camps is also likely to
be in court facing bribery charges, as part of a vast corruption investigation, dubbed the Gürtel case, that has also targeted several other politicians from the main center-right political force, the Popular Party.
Mr. Camps was charged in February for allegedly receiving tailor-made suits in return for granting public contracts, with further possible financial irregularities still under investigation. Nine other politicians standing for the Popular Party on Sunday in Valencia are being investigated or have been charged with fraud. Mr. Camps and his fellow candidates deny any wrongdoing.
For now, the corruption allegations have not hindered Mr. Camps’s re-election bid, according to the latest opinion polls. Like Silvio Berlusconi, the Italian prime minister who is engulfed in scandal, Mr. Camps has portrayed himself as the victim of a witch hunt by political opponents, judges and left-leaning media. Asked in December to comment on some of the allegations, he said that “nobody should believe Soviet-style propaganda against everything that has been achieved in Valencia.”
[Fotografía del encabezamiento: © Carles Francesc, El País]